martes, 2 de mayo de 2017

... en defensa de la religión y del Rey

Eugenio Álvarez Dumont pintó a Juan Malasaña apuñalado al coracero que acaba de matar a su hija, Manuela. Esta es la visión que dejó de aquel día en que España entera se rebeló contra un invasor injusto y criminal.
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Aquel 2 de mayo nacieron también parte de nuestras desgracias mediante luchas intestinas que no fuimos capaces de conjurar tras comportarnos como la nación ejemplar, heroica y valerosa que siempre fuimos.
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Aquel 2 de mayo el pueblo de Madrid y tras él, España entera se alzó en defensa de su religión y de su Rey. De su supervivencia y de su Libertad. De su honra y de su futuro.
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Aquel 2 de mayo, el hierro oxidado de la navaja del pastor cortó los entorchados de los Mariscales del Imperio. Los humildes y analfabetos trabajadores de Madrid descerrajaron su odio, en forma de machetazos, sobre una endiosada Ilustración que expandió "las luces", pero también la revolución y la muerte, por Europa cabalgando sobre los lomos de la Garde Impériale.
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Aquel 2 de mayo, el Gran Corso mordió el polvo y se sintió, por primera vez, débil y España, como un sólo hombre de honor dio cuenta al mundo de lo que vale la unión de un pueblo herido cuando el acicate es suficientemente duro y lo que está en juego ya no es nada, porque todo, salvo el honor, está perdido.
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Aquel 2 de mayo, no se fundó una Nación, como nos intentan decir, la nación era ya entonces milenaria. Lo que entonces se asentó es la conciencia de Unidad Nacional que había tratado de imponer a la fuerza la dinastía borbónica un siglo antes sin conseguirlo.
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Y tuvieron que ser otra vez franceses, aquel 2 de mayo, cuando secuestraban a un Borbón que ya considerábamos nuestro, los que, sin pretenderlo, nos hicieron saber que somos invencibles cuando creemos en nosotros mismos y para ello es preciso que el poder y sus bastardos intereses estén alejados porque también aprendimos que las grandes empresas patrióticas nacen en el humilde morral del pastor no en los salones de los palacios... y así seguimos y seguiremos, aunque lamentablemente, cada vez hay más palacios y menos pastores.

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