sábado, 14 de diciembre de 2013

La gran belleza de Paolo Sorrentino

Paolo Sorrentino, el director napolitano ha obtenido un éxito con su última película. El éxito se cifra en la nominación como mejor película extranjera para el Oscar, BAFTA, Goya, Globo de Oro, y se presenta para la mejor película en Cannes. Un éxito tan notable, uniendo a los críticos de tantos países, debe tener como origen un trabajo cinematográfico singular y brillante. Así es, pero no con rotundidad.
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La gran belleza, es en sí un ejercicio plástico y musical de primer orden. Una experiencia visual muy interesante pero que no es apto para todos los paladares de la misma forma que no todos gustan del cine simbólico, con un argumento heterodxo, como el de Fellini en La dolce Vita, al que Sorrentino rinde homenaje con este trabajo.
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Sorrentino cuenta la historia de Jep Gambardella, un maduro novelista que se dedica a recorrer la sociedad romana en busca de historias, sensaciones, emociones y personajes, de la belleza en fin, que le permitan volver a escribir. Jep es un diletante, un hedonista y un sibarita. Todo a la vez, lo que le impulsa y le permite buscar lo exquisito y único en la noche romana, en sus amistades, en las fiestas, algunas de sordidez escandalosa, en la conversación inteligente, en el recuerdo de su vida, de sus éxitos y fracasos, de la belleza que hay en su memoria.
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Sorrentino hace una película en parte absurda y en parte deliciosa e histriónica, una exageración visual que llega a conmover, con dialogos inteligentes y frases memorables. Una película que te deja con ganas de regresar a Roma y pasear por sus noches con la esperanza de encontrarse en la Fontana de Trevi con Anita Ekberg. Pero no. Sorrentino es muy bueno, pero no tanto como para llegar a ser un nuevo Fellini. Para ello le falta un violín y algo más.

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