martes, 30 de agosto de 2016

El hígado de Prometeo de Jorge Bustos

A Jorge Bustos es fácil encontrárselo en las páginas de El Mundo, donde mantiene una columna, casi un pilar del nuevo periodismo hispano. Además se le puede leer en otras publicaciones como Jot Down, Nueva Revista o Revista de Libros, entre otras. Para los que gusten de la radio le puede oír en la COPE y en TV en algunas cadenas que desconozco ya que nunca la veo. Como glosa de sus múltiples apariciones se puede visitar su blog, de quijotesco nombre. En este baluarte ya apareció con motivo de su primer libro, La granja humana, del que tanto disfruté.
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El hígado de Prometeo es el segundo libro de Bustos, que quedó finalista en la edición de 2016 del Premio Jovellanos de ensayo. Editado con elegancia por la ovetense Nobel en un volumen de algo menos de 300 páginas y compuesto de cinco partes en las que, a su vez, se arraciman artículos de varia estirpe. Algunos de estos artículos aparecieron ya en las revistas citadas más arriba y tratan de cosas como el periodismo literario, con hornacinas para Camba, Pla, Xammar, Ruano y Fernández Flórez, de quienes el autor se dice deudor y alumno. Además de los señalados una serie de personajes lúcidos, brillantes, inquietantes o simples rarezas antropológicas completan sus galerías de conspiradores y  sus radiografías sociales.
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Impera sobre este libro, como una bocanada de aire fresco, la crítica generalizada al postmodernismo, a la vacuidad intelectual y a los cientos de tics estériles que empiezan a ser obligatorios en esta España catatónica e ingobernable.
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Bustos no es ya, a pesar de su juventud (o quizás gracias a ella), uno de los mejores periodistas españoles actuales, en la senda de Camba o Pla. Bustos es, además, una voz libre que escribe y dice lo que le da la gana al margen de las imposturas al uso, de la corrección política de ambos signos o de líneas editoriales más o menos tuneadas.
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Es bueno que Jorge Bustos siga tomándole el pulso a España y vaya recetando estas reconfortantes píldoras de buenas letras y mejores ideas.

jueves, 25 de agosto de 2016

Mi gran boda griega 2 de Kirk Jones

Kirk Jones es un director de cine británico no muy conocido que ha dirigido, con altibajos notables cinco largometrajes hasta la fecha. Este que hoy se presenta y que se estrenó en la primavera de 2016 es la segunda parte de otra película casi homónima que cosechó, ese sí, un notable éxito hace más de quince años que con casi el mismo reparto fue nominada para un Oscar y un Globo de Oro. La guionista del film es, además, la actriz protagonista, Nia Vardalos, que lo escribió como continuación de su primer éxito, la citada primera parte.
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Mi gran boda griega 2 es la continuación, o secuela, de la exitosa comedia "Mi gran boda griega", estrenada en 2002. La celebración de otra espectacular boda griega sirve para desvelar un secreto de la familia Portokalos. La familia, continúa unida y llevando la cotidianeidad de su vida en términos puramente griegos. No en vano, el abuelo es descendiente directo de Alejandro Magno...
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La película es divertida y previsible, pero no tiene el tirón y la gracia de la primera. No obstante continua transmitiendo un mensaje optimista, de unidad familiar y de respeto a las tradiciones, que tanto nos gustan a los mediterráneos, ¿o no?

sábado, 20 de agosto de 2016

La playa, paraíso socialista

Pasear por la playa de La Lanzada, abierta al Océano Atlántico entre las rías de Arosa y Pontevedra, es una experiencia única dada la combinación de un sol radiante, la mar inmensa y el agua fría. Fría en términos meridionales, claro.
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El largo paseo ofrece la posibilidad de contemplar el paisaje de la Península del Grove, con su istmo y una costa que conserva aún parte de su encanto natural. Además, hacia el mar se contemplan la isla de Ons y, si no hay bruma, las Cíes. Más cerca, dominando todo, se yergue la ermita de Nª Sra de la Lanzada. Todo ello hace de este lugar algo muy especial al que se quiere regresar cada verano, e incluso cada invierno, cuando este paraíso es feudo exclusivo de las gaviotas.
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Como los seis kilómetros de paseo dan para mucho y soy amigo de pensamientos complejos me puse a cavilar. Mis pensamientos, casi nunca llegan a parte alguna, pero me ayudan a fortalecer las meninges y a luchar contra ese alemán que ya empieza a esconderme las cosas ... Alzhéimer, ese.
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La contemplación de los cientos, quizás miles, de bañistas que compartían conmigo la inmensa playa me llevó a pensar, como hago a veces, sobre quiénes son y cuáles son sus razones, sus angustias, sus vidas y proyectos. Cuando uno, en su vida cotidiana, urbana, va por la calle y se cruza con la gente, determinados signos los delatan. La indumentaria, los coches, los gestos o la misma voz ayudan a hacerse una idea de quiénes son esos que se cruzan, fugazmente, por nuestra vida. En la playa, en cambio, todo es diferente.
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En la playa todos somos iguales, mujeres y hombres, ancianos y niños, altos o bajos, tan sólo contamos con el traje de baño y algunos complementos menores para intentar adivinar quienes son "los otros". Salvo casos muy escasos y llamativos en alguien que, por su algún detalle mínimo, pueda traslucir su condición social o su formación, la inmensa mayoría de los paseantes playeros son iguales e indistinguibles.
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Los trajes de baño de marca, los omnipresentes teléfonos inteligentes o las gafas de sol de diseño ya no significan nada, bien porque están a disposición de todo el mundo o bien porque hay magníficas copias asiáticas que "dan el pego".
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Lo único que nos caracteriza cuando paseamos por la playa es nuestro cuerpo. Una voluminosa panza no significa nada, ahora que los ricos van al gimnasio y los pobres se atiborran de comida basura.
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Un hombre de aspecto tosco y fondón puede ser un Subsecretario de Estado, un torero o un albañil. Exactamente lo mismo pasa con un hombre apuesto y de gestos elegantes. Puede estar agobiado por las deudas o nadar en la abundancia gracias a un esfuerzo continuado, al crimen organizado, o a la política, valga la redundancia...
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Una pareja de jóvenes recién salidos de un anuncio de yogures pasean sus cuerpos bien torneados, bronceados y recios sin que eso deje adivinar nada sobre sus historias o su naturaleza, salvo por su interés en sí mismos como objetos ornamentales.
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Tres amigas que, en animada conversación, muestran generosas sus pechos bailarines pueden ser vecinas bien avenidas, hermanas repartiéndose la herencia o simples amigas que se miran, con envidia, de reojo.
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Al final, la playa nos iguala a todos y somos anónimos en la masa uniformadora. En la playa sólo nos distinguimos por los cortes de pelo, los tatuajes o piercings o las marcas en nuestra piel, ya sean naturales o las que nuestra salud ha precisado en forma de cicatriz.
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La playa se convierte así en un ecualizador social, si me permiten la expresión. En una especie de paraíso socialista (no marxista) en el que la igualdad más absoluta es su principal seña de identidad. Igualdad que se deshace en cuanto nos montamos en nuestros coches y regresamos, cansados, a nuestras casas, donde todo vuelve a ser, para nuestra desgracia, como siempre.

martes, 16 de agosto de 2016

La España vacía de Sergio del Molino

A Sergio del Molino no lo conocía hasta que oí hablar de este libro. Luego ya supe que había escrito varias novelas y que mantenía una colaboración habitual con el Heraldo de Aragón y, desde hace muy poco, también en El País. Un buen amigo, compañero y buen lector, me recomendó este libro lo que me llevó a leer las elogiosas críticas que Julio Llamazares y Muñoz Molina le hacían en la prensa. El libro lleva el explicativo subtítulo de "Viaje por un país que no fue" y ha sido editado, en un cuidado volumen de cerca de 300 páginas por Turner.
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La España vacía es un ensayo, pero no, como indica el autor, un trabajo de investigación o académico, lo que no significa que no haya consultado numerosa y variada bibliografía. El objeto principal de la obra es intentar explicar las causas, circunstancias y consecuencias de lo que llama "el gran trauma" que durante varias décadas de la segunda mitad del siglo XX llevó al campo español a despoblarse. Para ello aprovecha el autor una amplia serie de acontecimientos, como el asesinato de Fago, datos estadísticos, iniciativas políticas u obras literarias y cinematográficas de diversos autores, como por ejemplo, el documental de Buñuel sobre las Hurdes, plagado de mentiras, y que acabó de pieza de propaganda del Frente Popular en la Guerra Civil. 
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Existen varias contradicciones y alguna de sus ideas e interpretaciones son discutibles. Otras parecen adolecer de información certera o sufrir de un sesgo ideológico, como cuando afirma que, para la construcción de pantanos en los años 1950 y 60, la Guardia Civil desalojó a los habitantes de los pueblos a punta de pistola, lo que no es cierto, omitiendo, además, las generosas contraprestaciones que, en forma de casa, tierras y ganado, hizo el Gobierno de la época a cada familia desalojada. Tampoco se citan las tareas de colonización, vinculadas a las nuevas y amplias zonas de riego en Badajoz, Sevilla y Aragón, que en esos mismos años se llevaron a cabo, o al auge del cooperativismo agrario. Finalmente, hay opiniones que son, sencillamente, inaceptables como la comparación entre los carlistas y los regímenes de Irán o el de los talibanes afganos, lo que demuestra que, dados sus profundos sesgos ideológicos, desconoce todo sobre el carlismo, pero además, su ignorancia sobre, por ejemplo, los guerrilleros pashtunes es enciclopédica.
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No obstante, el libro es original y está muy bien escrito. Deja un poso que impulsa a querer saber e investigar más en los porqués y los cómo del "gran trauma". También en las posibles soluciones para que esta situación que afecta al 80% del territorio nacional tome un rumbo diferente y se llegue a una situación que es normal en otros países europeos y que hace del campo un lugar desarrollado y con vida.
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A pesar de los notables errores y los sesgos señalados, el libro sigue siendo de interés y su entretenida lectura deja un balance positivo.

viernes, 12 de agosto de 2016

Pastel de pera con lavanda de Eric Besnard

Eric Besnard es un director de cine francés poco conocido en España. Esta película que hoy se presenta, que ha sido muy bien rodada, aprovecha los magníficos paisajes de la región Rhône-Alpes y más en concreto en Dròme, departamento que perteneció a la Provenza, en cuyos escenarios se rueda casi toda la cinta. Fue estrenada en 2015 en Francia bajo el título "Le gout des merveilles", en referencia a un dulce local de masa frita que aparece en varias escenas. Bresnard contó con las notables actuaciones de Benjamin Lavernhe y la hermosa Virginie Efira, en los papeles protagonistas. Para el guión y el desarrollo del personaje masculino se documentó en los rasgos del autismo y el Síndrome de Asperge.
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Pastel de pera con lavanda, título con el que se estrenó en España, cuanta la historia de Louise Legrand es la dueña de una plantación de árboles frutales, en especial perales, en la campiña francesa. Desde que su marido murió, se ha tenido que encargar sola de la crianza de sus dos hijos y de todo el negocio agrícola que empieza a flaquear por lo que su banco amenaza con retirarle la hipoteca. Además, los clientes y vecinos desconfían de sus capacidades como agricultora. Un día atropella a Pierre, un desconocido un tanto especial, delante de su casa. Ordenado, sincero, sensible imprevisible, Pierre es extraño, pero irrumpe en la vida de Louise, a quien ayuda, mientras intenta guardar las distancias, pero no resulta fácil. Pierre guarda un secreto y una necesidad que podrían complementarse con Louise, o no.
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La crítica ha dicho que esta película es un poco cursi y que parece un anuncio de yogures. Puede ser, pero este es el tipo de películas que empieza a producir Francia en los últimos años, amables, románticas, no necesariamente creíbles... Y me gustan; ésta, en concreto, ha aumentado mis ganas de volver al campo y de visitar el sur de Francia. Para terminar, les informo de que los créditos finales comienzan con el siguiente mensaje: "Basada en una historia de hadas real".

lunes, 8 de agosto de 2016

Esperando a Godot de Samuel Beckett

Samuel Beckett fue amigo y secretario del también irlandés James Joyce además de escritor de fama tardía lo que no le impidió ganar el Premio Nobel de Literatura de 1969. Hombre de vida reservada, cuando en 1953 se estrenó en París esta obra de teatro, escrita originalmente en francés, Beckett era un desconocido a pasar de que ya tenía escrita una parte importante de su obra literaria.
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Editado por Austral en un volumen de 128 páginas es de lectura breve y de fácil representación dado que cuenta con sólo cinco personajes y el escenario de la obra, compuesta de dos actos, es siempre el mismo.
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Esperando a Godot es una obra pesimista, aparentemente simple pero que tiene una gran complejidad en sus múltiples interpretaciones, por tratarse de una obra existencialista y cercana al teatro del absurdo.
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Dos vagabundos, Vladimir y Estragón esperan junto a un árbol a un tal Godot, con quien tienen una cita. El público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él. Pozzo y su esclavo Lucky aparecen en ambos actos y entre los cuatro personajes se produce una larga e intrascendente conversación que deja traslucir el tedio y la falta de significado de la vida humana, el sometimiento a los caprichos de ciertos dirigentes. Mientras los vagabundos esperan la visita de Godot que va a cambiar sus vidas. Una interpretación extendida sobre la naturaleza del siempre ausente Godot es que representa a Dios.

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Un clásico que hay que leer e, incluso mejor, ver en sala de teatro.

jueves, 4 de agosto de 2016

Comer en Navarra

El loco empeño de caminar hasta Compostela para dar un abrazo al Hijo del Trueno, uno de los discípulos predilectos de Jesucristo, me llevo a andar, paso a paso, cerca de cien kilómetros de tierra navarra. La santa tierra que me acogió hace 26 años y donde bebí las primeras mieles de la vida, de una vida plena y dichosa que aún perdura.
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Desde Roncesvalles hasta Estella se recorren paisajes muy diversos. La montaña fronteriza y agreste, llena de robles y dura roca en propicia para que el ganado se críe en las mejores condiciones. Una vez que se baja el puerto de Erro el trigo, recién segado, daba cuenta con sus campos amarillos de la generosidad de esta tierra. Olivos y girasoles se disputaban el puesto de honor de la producción de aceite, que adquiere categoría de arte con el de oliva de la zona de Tudela, más al sur, bañada ya por el Ebro.
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Bajando hacia el sur, en la zona de Zubiri, la crianza natural del cerdo, el gorrín, sin estabulaciones industriales ni piensos compuestos, hace que el producto sea extraordinario como la chistorra que, junto con la de Arbizu, tienen nombre propio. Chistorra que, acompañada de huevos fritos, debería ser declarada, sin dilación, Patrimonio de la Humanidad.
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Pamplona, como lugar cosmopolita y capital del mundo durante la segunda semana de cada Julio, ofrece lo que las tierras circundantes generan que es mucho. A pesar de ello, la mayoría de los yankees siguen prefiriendo los McDonald`s... peor para ellos.
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Continuando la marcha y tras atravesar el Puerto del Perdón se entra en zona de vinos. Aquí, Navarra, con su propia Denominación de Origen, es una zona inexplorada, seguramente porque sus bodegas, pequeñas y familiares producen vinos de primera fila pero desconocidos fuera de la Comunidad Foral. Puente la Reina se sitúa en el centro de esta región generosa en uvas y en hombres esforzados que convierten sus horas de sabiduría y trabajo en un vino excelente. Olite le sigue de cerca.
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En toda la provincia se cría ganado lanar y bovino y ambos aportan su carne y su leche para poder tomarse un chuletón, de estilo y tamaño guipuzcoano, o probar la cuajada hecha con leche de oveja y endulzada con miel, también de la tierra.
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Mención aparte merecen los quesos entre los que el de Roncal, al norte, y el de Idiazábal, en la sierra de Urbasa son, por méritos propios, de los mejores de España.
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En las sierras del norte, pero también en muchas otras zonas de Navarra existe una tradición cinegética mayor cuya explotación culinaria es mítica; como el chorizo de jabalí de Urbasa, que no tiene comparación a otro embutido peninsular.
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Finalmente la huerta, regada por el Ebro en la Ribera o por el Arga o el Ega más al norte deja todo tipo de verduras y hortalizas de calidad superior. Una menestra navarra con todos sus ingredientes recogidos al lado de la cocina hace de cada hogar rural de esta tierra un olimpo de los pucheros. En el pedestal más alto de este olimpo figuran las especialidades, como los pimientos de Lodosa o los espárragos de Mendavia. No hay palabras para describirlos. Navarra, por producir, hasta sabe extraer sal de unas salinas centenarias que se explotan aún hoy por métodos tradicionales.
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La combinación de tierra, agua, clima y tesón son necesarios para extraer del campo los variados productos que ofrece y así se hace en muchos lugares del mundo. Pero el verdadero amor a la tierra, el culto reverencial al trabajo bien hecho, el respeto sagrado a la naturaleza, a la tierra, a los ríos y al ganado dan como resultado un campo generoso, hermoso y que si mantiene los procedimientos tradicionales de cultivo y cría le permitirá a Navarra seguir siendo, durante decenas de generaciones más, el campo más cuidado y bello de España y el lugar donde se come mejor y con la máxima calidad.
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Si se hunde el mundo, que s`hunda. Navarra siempre p'alante.