jueves, 18 de junio de 2015

Waterloo con 200 años de perspectiva

Uno de los oficiales del Estado Mayor del Emperador cabalgó hacia la Granja de Caliou y le dio la novedad de que, desde el Bois de Paris, el rápido avance de la caballería prusiana de Blücher estaba diezmando las unidades de la Vieja Guardia Imperial. La acción previa del impetuoso Ney le había privado de sus reservas. Aquella lluviosa tarde hizo a Napoleón echar de menos las privilegiadas posiciones, que había seleccionado personalmente, para establecer el Cuartel General Imperial en Austerlitz o Jena, desde los que tomaba acertadas decisiones que le llevaban a la victoria. Entonces supo que su historia había terminado.
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Waterloo significó la derrota del sistema napoleónico y, tras el Congreso de Viena, la gestación de un nuevo sistema internacional. Pero, ¿qué queda de esto?
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Lejos de ciertas idealizaciones militares del Emperador francés, es justo reconocer que el viejo sistema jurídico, penal y administrativo napoleónico sigue en pleno vigor en España y en muchos otros lugares de Europa y América. Francia, a pesar de sus muchas aventuras militares no ha ganado una sola guerra desde entonces, salvo las de conquista de pueblos subdesarrollados. en 1870, 1915 y 1940 fue invadida por Alemania, sin que esa cicatriz haya terminado de cicatrizar del todo en el imaginario galo.
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España entonces no jugó papel relevante alguno salvo el de haber ablandado el poder de la Grande Armeé en nuestro propio solar. Pero muchas de las cosas buenas  o malas que trajeron los revolucionarios franceses con Napoleón se quedaron para no irse, incluyendo el germen de cainismo que se generó y que nosotros cuidamos con esmero hasta hacerlo mayor.
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En Waterloo se creó un mito, a parte del Duque Wellington, se destruyó parcialmente un sistema y nació otro que aún, en cierta forma, perdura. Y eso fue, hace hoy 200 años.

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