martes, 22 de febrero de 2011

Gadafi o el abismo.

Europa mira inquieta, por el precio del petróleo, e inquisitiva, por las dudas sobre sus inversiones, sin entender bien lo que pasa en esta larga cadena de revoluciones que, desde los primeros días de este inestable y explosivo 2011, asolan el mundo árabe desde que aquel tunecino decidiera poner fin a sus días entre llamas hasta los últimos actos de la trágica comedia que representa en su propio escenario Muamar el Gadafi, Líder de la Revolución libia, un cargo simbólico sin poder teórico alguno, aunque la realidad sea diferente.
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Para muchos, Gadafi es un loco o un tirano. Para otros las dos cosas a la vez. Personalmente creo que Gadafi es un soñador cuyo planteamiento onírico se ha convertido en pesadilla colectiva y personal. Siendo un joven Capitán, echó, en 1969, al corrupto Rey Idris I, títere de los EEUU y de Inglaterra a quienes permitía tener varias bases aéreas en su suelo. Pero además Idris, y esto es importante, era un árabe de la Cirenaica y el líder de la cofradía sufí Sanusi, a la que siguen un tercio de los libios. Gadafi en cambio, era un líder moderno, joven, impulsivo, carismático y laico, con estudios en Inglaterra, natural de la Tripolitania, del Oeste, Bereber. Exactamente lo contrario que aquel a quien echó.
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Fue un líder nacional antioccidental en plena guerra fría, y eso tiene un coste. Sembró las esperanzas en
su pueblo y los beneficios del petróleo se quedaron en Libia. Fue un hombre que soñó primero con seguir los pasos de Nasser, el coronel egipcio al que admiraba y a quien acompaña un joven Gadafi en la foto, y aspiró a unir a la Nación Árabe. Pero la nación árabe le dió la espalda cuando los EEUU bombardeó Libia en 1986 y vió cómo su hija de 8 años, Jana, moría en sus brazos como consecuencia de las heridas. Creo que nunca superó este drama y creo que yo tampoco lo habría superado.
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Cambió entonces sus aspiraciones que giraron hacia Africa y la Unión Africana que, como idea y como organización, son sueño y realidad, respectivamente, bajo su batuta, su atenta mirada y su dinero. Entretanto pagó compensaciones por el atentado de Lockerbie y cobró, la misma cantidad, por el asunto de las enfermeras búlgaras y la supuesto contagio culposo de SIDA de 400 niños en un hospital de Bengasi. También renunció a un imperfecto e inacabado proyecto, de origen pakistaní, de Armas de destrucción masiva, nucleares decían... Turbios asuntos, todos estos, nunca bien aclarados.
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Exportó la revolución a Africa y otros lugares. El Sahara, Congo, Niger y Mali fueron algunos de sus escenarios. En Chad su ejército mordió el polvo ante unos rebeldes entrenados y apoyados por Francia. Pero también lideró proyectos exitosos de pacificación como el de Mindanao en Filipinas o el de Comoros. Su lógica era de difícil comprensión, pero existía.
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Fue en casa donde intentó crear su principal obra, mediante un original sistema político hecho a medida de las tribus libias: El Libro verde y su Tercera Teoría Universal. Un sistema representativo orgánico basado en los consejos tribales, provinciales y regionales que llegaban hasta una Asamblea Nacional. La idea era brillante pero la puesta en práctica no fue buena. Aún así mejoró notablemente las condiciones de vida de los libios convirtiéndolo en el primer país africano por el índice de desarrollo humano (IDH) de la ONU, el número 53 de los 169 del mundo, con una mortalidad infantil menor que la de Rumanía, una espranza de vida mayor que la de Venezuela o Lituania, un índice educativo (del IDH) superior al de Malta o Bahrain o un consumo de electricidad per cápita mayor que el de Eslovenia. Y me dirán que la estadística es la más refinada forma de la mentira, y les daré la razón pero ahí están los datos.
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Gadafi manejó con mano de hierro a los disidentes y a los islamistas. Se convirtió en un bastión contra el yihadismo y el Grupo Combatiente Islamista libio sólo existía en las montañas de Afganistán y en las cárceles locales. Pero no fue capaz de unir a su pueblo ya que favoreció a los del Oeste frente a los del Este, a los laicos frente a los religiosos, a los bereber frente a los árabes, tuaregs y peul. A su tribu y su familia frente al resto. Creó fracturas en el país.
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Ahora, parte de ese pueblo, sobre todo los islamistas, pero seguro que no todos, y también seguro que con menos virulencia que la que nos cuentan, se sale por las fisuras abiertas y se rebela contra tanto cambio y tanto sueño frustrado y enarbolan la vieja bandera de Idris, la de los árabes de Cirenaica, los islamistas y los sanusíes... ¿Quieren volver a los años 1960s, a los tiempos cuando los EEUU eran señores de las tierras y las almas?... este es el único paisaje al que Gadafi no quiere volver y recuerda, a quien quiera oirle, que Mubarak y Ben Alí, sus vecinos ya caídos, eran títeres de los yankees, pero él no. Por eso está convencido que su pueblo no quiere echarle y está siendo manipulado por quienes quieren el petróleo libio. Y quizás no esté equivocado del todo. Pero ya es tarde y el futuro que se avecina tiene el color del abismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente impresionante, documentada y fuera de circuito tu visión. Gracias por compartirla. Un abrazo desde Mombasa y Santiago